viernes, 21 de enero de 2011

Caramelo


Lo recuerda perfectamente. De toda la cesta, su envoltorio era el que más brillaba, el que más llamaba la atención. En realidad estaba escondido entre otros caramelos, lo cual hacía que su valor fuera aún mayor. Él lo había descubierto, tenía que ser una señal. Tenía delante lo que nadie más había logrado apreciar. No lo pensó. Le costó mucho, mucho tiempo y esfuerzo deshacerse del papel charol. Estaba coquetamente envuelto, y sus expectativas iban creciendo al tener ante sí lo que creía un diamante embruto. Cuando finalmente pudo saborearlo, sonrió satisfecho. No podía haber imaginado nada mejor, tan suave, tan delicado, tan sutil. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo se fue dando cuenta. Ya nada le sabía igual. Ya no probaba ninguna golosina, puesto que tenía la certeza de que no encontraría ningún ejemplar que estuviera a la altura de su exquisita joya. Dejó de abandonarse al placer y se sumió en un sinsentido vacío de sensaciones. Sólo le quedaba aferrarse al recuerdo del sabor de aquel caramelo. Y así transcurrieron sus días, demostrando que, en ocasiones, la sabiduría popular no es tan sabia como parece. Al fin y al cabo, ¿a quién le amarga un dulce?.



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