martes, 24 de abril de 2012

Nino

Ya no tiene miedo a volar. En realidad esto es una paradoja, puesto que sus temores se habían engendrado sin que hubiera volado antes. Pero ya se sabe cómo se desarrollan las creencias en el mundo de la farándula, los que más llaman la atención son los estrellados, que perdieron  la memoria debido a un choque durante el vuelo, esos que a causa de la caída obtuvieron heridas imposibles de ser disimuladas, aquellos que sufrieron un ataque al corazón. Y en lugar de elevar la vista para observar a quienes mantenían un rumbo saludable, prefería seguir adelante sin querer reparar en la necesidad o no necesidad de volar al menos una vez en la vida. En más de una ocasión  subió a un avión e incluso a un helicóptero, pero toda persona que haya experimentado el vuelo en caída libre reconocerá que no tiene comparación. A veces la seguridad nos aprieta tanto que nos ahoga por dentro, sujetando también aquello que necesita fluir.

Fue un día remoto y casual, que estaba en el calendario sin deber estar, en el que se le ocurrió subir al tejado y mirar al vacío. Y le entró la duda (dicen por ahí que sólo dudan los sabios). ¿Y si asomara las manos? ¿Y si sacara sólo un pie, un poquito, y lo devolviera a terreno firme? ¿Sería muy imprudente? Transcurrieron los días y continuó con sus visitas a las alturas, a observar el horizonte y sentir el viento (fácil, teniendo en cuenta que el lugar en donde vivía era famoso por sus corrientes). Y en una de esas veces, sin reparar en  que tenía compañía,  se sentó, como siempre, con las piernas colgando. Antes de que pudiera decidir si esa vez sería la definitiva, la señalada, aquella en la que por fin se atreviera a saltar, una fuerza desconocida le empujó. Lo que sucedió después no es digno de contarse, sino de vivirse. Hoy sólo puede afirmar que ese fue el momento exacto en el cual perdió el miedo a volar.

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