viernes, 13 de abril de 2012

Cuentos en Ikea

Al fondo a la izquierda se encontraba el salón. No era demasiado grande, pero la robusta mesa de roble, combinada a la perfección con cuatro sillas tapizadas en piel, era lo que más llamaba la atención. Sí, resultaba acertado afirmar que tenía una cabeza muy bien amueblada.

La armonía de la decoración era correcta, como debía ser, a prueba de manchas, rasguños y roces. Sin embargo, no estaba preparada pra los imprevistos. Al vivir en una zona de interior no contaba con recursos para defenderse de las catástrofes naturales. Remotas, sí, pero naturales. Significa que no es extraño que sucedan alguna vez en la vida. Por eso, cuando el terremoto la azotó con fuerza, todo ese pequeño hogar interior que había construido meticulosamente se derrumó por completo.

Fue un desastre absoluto, pero natural. Después del largo y arduo trabajo que supuso limpiar todos los escombros, decidió que debía comenzar la rehabilitación. Los muebles no se habían destrozado del todo, si bien los daños que habían sufrido eran más que graves: a las sillas se les rasgó la tapicería, las cortinas de seda estaban deshilachadas, el piano había perdido parte de sus teclas y la imponente mesa de roble estaba coja.

Para reconstruir cada habitación comenzó a hacer algo que tiempo atrás le hubiera resultado impensable: pidió ayuda. Se dejó aconsejar y aceptó todos los regalos y muebles que le ofrecieron las personas que desde fuera sintieron su temblor. Sorprendentemente también recibió donaciones de aquellos que no se habían percatado de la catástrofe. Qué extraño.

Poco a poco su cabeza se volvió habitable de nuevo, aunque la estructura no era muy parecida a la que había antes, pese a conservar los cimientos. Las sillas eran cada una de una clase: de plástico, de madera, plegables, y hasta una moderna silla de masajes. Las cortinas resultaban muy llamativas, porque estaban formadas por retales de distintas telas y muchos colores. No eran tan sofisticadas como antes, y tampoco impedían del todo que pasaran los rayos del sol, pero al menos no sumían la sala en aquella oscuridad tan rotunda que en el pasado la asustaba. Para el piano no había conseguido recolectar todas las teclas que faltaban, pero no le importó, todavía podía tocar el Himno de la Alegría. Y la mesa nunca volvió a ser la misma, pero se volvió idónea para tomar el té rodeada de cojines.

Nada combinaba con nada. Todo desentonaba. Y aún así sintió que nunca antes había tenido la cabeza tan bien amueblada.

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