domingo, 18 de marzo de 2012

No hay proa sin popa

La embarcación llevaba navegando un tiempo considerable. Durante esos meses, tal y como sucede en los cuentos infantiles de buenas noches, había sufrido varias transformaciones, pasando de ser un barquito de papel, frágil e inestable, a una tímida barca de remos, llegando incluso a convertirse en una imponente carabela. Y a pesar de que la tripulación continuaba siendo la misma, la dirección estaba cada vez más definida y las condiciones climáticas estaban siendo favorables, todavía la sujetaban algunas amarras al puerto del que zarpó. Aún así, estaba consiguiendo deshacerse de ellas, pero siempre despacito y con paciencia. Pues los marineros más sabios son conscientes de que si cortaran súbitamente las cuerdas que les unen con el inicio de su viaje, podrían desorientarse y perder el rumbo por completo.

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