martes, 26 de julio de 2011

A lágrima muerta, lágrima puesta

Él tenía miedo de que los demás le vieran llorar. No era por sentirse débil. Lo consideraba su seña de identidad y bajo ningún concepto quería que nadie se la arrebatara. Tan cierto es el afán de los hijos únicos por la propiedad privada... Pero con el transcurso del tiempo, rió tanto y con tal intensidad que se preguntó si realmente las lágrimas podían definirle con exactitud, o simplemente se trataban de un accesorio insustancial. Por esa razón no le intranquilizó la posibilidad de derramarlas frente a cualquier extraño. Irónicamente, desde entonces no ha sentido la necesidad de llorar ante nadie.


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