lunes, 9 de mayo de 2011

Meridiano

El pobre relojero estaba al borde de una crisis existencial y profesional. Nunca había vivido en una época con tantos cambios horarios en tan poco tiempo. Acostumbrado a ajustar los relojes dos veces al año, esta nueva situación resultaba agotadora para él. Encima, con este ajetreo, tenía miedo de olvidar alguna herramienta necesaria o cometer un error irreparable. Pero lo que más le aterraba era que una de sus preciosas máquinas se estropeara por el exceso de sincronización y un muelle le impactara en el ojo. De niño, siempre había soñado con ser pirata, pero hasta en los sueños existen ciertos límites.


No hay comentarios: