martes, 14 de septiembre de 2010

Minha dona


Lo ha vuelto a hacer, sin darse cuenta. Parece un esperpento, un fantoche. Se empeña en ataviarse con las sedas más finas y en procurarse para ser la más bella...por fuera. Para disimular lo que ella cree que es su fealdad interior. Su vacío, su sinsentido. Cuanto más grande es su pena, más telas se coloca. La desdicha que siente es proporcional a la pintura que utiliza para realzar (ocultar, en realidad) su rostro. Y no es capaz de reparar en que está gritándole al mundo que está triste, mientras que su propósito es precisamente el contrario. No tiene la culpa, porque nadie se lo dice. Ni una cosa, ni la otra. Ninguna persona le advierte de que se está convirtiendo en la protagonista de una pantomima. Ninguna persona le confiesa que no necesitan llamarle bonita, porque resultaría redundante.



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