martes, 12 de junio de 2012

El cordón emocional

No los separaron el día en que nacieron, porque no nacieron el mismo día. No tenían ningún rasgo en común, ninguna marca, ni la misma mirada. Tampoco se expresaban de una manera similiar. Es cierto, nadie diría que se parecían. No se enternecían al recordar los mismos programas de dibujos animados, ni los juegos del patio de recreo. Tampoco se habían hecho cicatrices siendo imprudentes juntos. Es más, cuando uno perdía los dientes de leche, el otro empezaba a dar el estirón. Mientras uno resultaba insoportable en la edad del pavo, el otro comenzaba a dibujar el borrador de un futuro impreciso y, consecuentemente, a madurar. 

Sin embargo, cuando uno sentía, el otro padecía. Cuando uno sufría, el otro lloraba. Aunque estuvieran separados. Es más que conocido el hilo invisible que une a los gemelos. Gemelos de distinto útero, de distinto día, de distinto año y de distinta realidad. Pero gemelos, al fin y al cabo, del mismo fin.

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